Un Dios que es amor
Dice la Palabra de Dios:
El que no ama no ha conocido a Dios,
porque Dios es amor.
Así Dios nos manifestó su amor:
envió a su Hijo único al mundo,
para que tuviéramos VIDA por medio de él.
Y este amor no consiste
en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que Él nos amó primero…
Nosotros hemos conocido el amor
que Dios nos tiene
y hemos creído en él.
Dios es amor,
y el que permanece en el amor
permanece en Dios,
y Dios permanece en él.
(1 Jn 4,8-10.16)
El Papa Francisco, en su última exhortación dirigida a todos los jóvenes, les recuerda…
Ante todo quiero decirle a cada uno la primera verdad: “Dios te ama”. Si ya lo escuchaste no importa, te lo quiero
recordar: Dios te ama.
Nunca lo dudes, más allá de lo que te suceda en la vida. En cualquier circunstancia, eres
infinitamente amado.
Él te sostendrá con firmeza y, al mismo tiempo, sentirás que respeta hasta el
fondo tu libertad…
Para Él realmente eres valioso, le importas.
Te presta
atención y te recuerda con cariño. No quiere llevar la cuenta de tus errores y, en todo caso, te ayudará a
aprender algo también de tus caídas. Porque te ama.
Es un amor que no aplasta, es un amor que no margina, que no se calla, un amor que no humilla ni avasalla. Es el
amor del Señor, un amor de todos los días, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor que cura y
que levanta. Es el amor del Señor que sabe más de levantadas que de caídas, de reconciliación que de prohibición, de
dar nueva oportunidad que de condenar, de futuro que de pasado.
La segunda verdad es que Cristo, por amor, se entregó hasta el final para salvarte.
Sus brazos abiertos en la Cruz son el signo más precioso de un amigo capaz de
llegar hasta el extremo.
Ese Cristo que nos salvó en la Cruz de nuestros pecados, con ese mismo poder de
su entrega total, sigue salvándonos y rescatándonos hoy.
Y si te alejas, Él vuelve a
levantarte con el poder de su Cruz, nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos
la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable.
Él nos permite
levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca desilusiona
y que siempre puede devolvernos la alegría.
Sólo lo que se ama puede ser salvado. Solamente lo
que se abraza puede ser transformado. El amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, que
todas nuestras fragilidades y que todas nuestras pequeñeces.
«Él nos amó primero» (1 Jn 4,19).
…
Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus
pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto
cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez.
Papa Francisco, párrafos de Exhortación Apostólica “Cristo vive”