jueves, 12 de diciembre de 2019

TODOS ESTÁN INVITADOS

Navidad en Compañía de María

“En el corazón de la Iglesia resplandece María. Ella es el gran modelo para una Iglesia joven, que quiere seguir a Cristo con frescura y docilidad. Cuando era muy joven, recibió el anuncio del ángel y no se privó de hacer preguntas (cf. Lc 1,34). Pero tenía un alma disponible y dijo: «Aquí está la servidora del Señor» (Lc 1,38).

María era la chica de alma grande que se estremecía de alegría (cf. Lc 1,47), era la jovencita con los ojos iluminados por el Espíritu Santo que contemplaba la vida con fe y guardaba todo en su corazón de muchacha (cf. Lc 2,19.51). Era la inquieta, la que se pone continuamente en camino, que cuando supo que su prima la necesitaba no pensó en sus propios proyectos, sino que salió hacia la montaña «sin demora» (Lc 1,39).
Y si hacía falta proteger a su niño, allá iba con José a un país lejano (cf. Mt 2,13-14). Por eso permaneció junto a los discípulos reunidos en oración esperando al Espíritu Santo (cf. Hch 1,14). Así, con su presencia, nació una Iglesia joven, con sus Apóstoles en salida para hacer nacer un mundo nuevo (cf. Hch 2,4-11).
Sin ceder a evasiones ni espejismos, «ella supo acompañar 
el dolor de su Hijo […] sostenerlo en la mirada, cobijarlo con el corazón. Dolor que sufrió, pero no la resignó. Fue la mujer fuerte del “sí”, que sostiene y acompaña, cobija y abraza. Ella es la gran custodia de la esperanza […]. De ella aprendemos a decir “sí” en la testaruda paciencia y creatividad de aquellos que no se achican y vuelven a comenzar».


Aquella muchacha hoy es la Madre que vela por los hijos, estos hijos que caminamos por la vida muchas veces cansados, necesitados, pero queriendo que la luz de la esperanza no se apague. Eso es lo que queremos: que la luz de la esperanza no se apague. Nuestra Madre mira a este pueblo peregrino, pueblo de jóvenes querido por ella, que la busca haciendo silencio en el corazón aunque en el camino haya mucho ruido, conversaciones y distracciones. Pero ante los ojos de la Madre sólo cabe el silencio esperanzado. Y así María ilumina de nuevo nuestra juventud.”
[Papa Francisco, “Cristo vive”, 43-48]

En compañía de María se nos hace más sencillo acercarnos al misterio de la Navidad.
Ella, desde su pequeñez, desde su silencio y su disponibilidad da a luz a la vida misma, la que da sentido a la nuestra. En el pesebre de Belén se nos revela quién es Dios y quiénes somos nosotros, dónde podemos encontrarlo y dónde podemos encontrarnos a nosotros mismos y entre nosotros…
La imagen del pesebre es muy elocuente: todos están invitados, desde los reyes hasta los burros y todos hacen lo mismo: adoran, cada uno como sabe y puede. Nadie queda afuera, como en el Reino de Dios.
Que en esta Navidad, María de Belén nos ayude a actualizar nuestros símbolos: a mantener la llama de esta luz encendida, a tender la mano en servicio y en caricia, y a llenar nuestro nombre con nuestra verdadera identidad de hijas e hijos de Dios.
  
¡Feliz Navidad!