Navidad en
Compañía de María
“En el corazón de la
Iglesia resplandece María. Ella es el gran modelo para una Iglesia joven, que
quiere seguir a Cristo con frescura y docilidad. Cuando era muy joven, recibió
el anuncio del ángel y no se privó de hacer preguntas (cf. Lc 1,34). Pero tenía
un alma disponible y dijo: «Aquí está la servidora del Señor» (Lc 1,38).
María era la chica de alma grande que se
estremecía de alegría (cf. Lc 1,47), era la jovencita con los ojos iluminados
por el Espíritu Santo que contemplaba la vida con fe y guardaba todo en su
corazón de muchacha (cf. Lc 2,19.51). Era la inquieta, la que se pone
continuamente en camino, que cuando supo que su prima la necesitaba no pensó en
sus propios proyectos, sino que salió hacia la montaña «sin demora» (Lc 1,39).
Y si hacía falta proteger a su niño, allá iba
con José a un país lejano (cf. Mt 2,13-14). Por eso permaneció junto a los
discípulos reunidos en oración esperando al Espíritu Santo (cf. Hch 1,14). Así,
con su presencia, nació una Iglesia joven, con sus Apóstoles en salida para
hacer nacer un mundo nuevo (cf. Hch 2,4-11).
Sin ceder a evasiones ni espejismos, «ella supo
acompañar
el dolor de su Hijo […] sostenerlo en la mirada, cobijarlo con el
corazón. Dolor que sufrió, pero no la resignó. Fue la mujer fuerte del “sí”,
que sostiene y acompaña, cobija y abraza. Ella es la gran custodia de la
esperanza […]. De ella aprendemos a decir “sí” en la testaruda paciencia y
creatividad de aquellos que no se achican y vuelven a comenzar».
Aquella muchacha hoy es la Madre que vela por
los hijos, estos hijos que caminamos por la vida muchas veces cansados,
necesitados, pero queriendo que la luz de la esperanza no se apague. Eso es lo
que queremos: que la luz de la esperanza no se apague. Nuestra Madre mira a
este pueblo peregrino, pueblo de jóvenes querido por ella, que la busca
haciendo silencio en el corazón aunque en el camino haya mucho ruido,
conversaciones y distracciones. Pero ante los ojos de la Madre sólo cabe el
silencio esperanzado. Y así María ilumina de nuevo nuestra juventud.”
[Papa Francisco, “Cristo vive”, 43-48]
En
compañía de María se nos hace más sencillo acercarnos al misterio de la
Navidad.
Ella,
desde su pequeñez, desde su silencio y su disponibilidad da a luz a la vida
misma, la que da sentido a la nuestra. En el pesebre de Belén se nos revela
quién es Dios y quiénes somos nosotros, dónde podemos encontrarlo y dónde
podemos encontrarnos a nosotros mismos y entre nosotros…
La imagen
del pesebre es muy elocuente: todos están invitados, desde los reyes hasta los
burros y todos hacen lo mismo: adoran, cada uno como sabe y puede. Nadie queda
afuera, como en el Reino de Dios.
Que en
esta Navidad, María de Belén nos ayude a actualizar nuestros símbolos: a
mantener la llama de esta luz encendida, a tender la mano en servicio y en
caricia, y a llenar nuestro nombre con nuestra verdadera identidad de hijas e
hijos de Dios.
¡Feliz Navidad!