sábado, 15 de diciembre de 2018

ALÉGRATE, LLENA DE GRACIA...


Educación para la alegría

“El Ángel entró en casa de María y le dijo: Alégrate, llena de gracia” (Lc 1,28).
Alégrate: esta es la primera palabra de la nueva alianza, la primera palabra de la primera mañana del mundo nuevo, la palabra anunciada por los profetas, heraldos del Mesías, que gritaban para anunciar su venida: ¡Alégrate Jerusalén! (Is 66,10); ¡Exulta con todas tus fuerzas, Hija de Sión! (Zac 9,9); ¡Lanza gritos de alegría, Hija de Sión! (Sof 3,14).

Alégrate: es la primera palabra que Dios dirige al mundo al dirigirla a María. Y a través de ella, Dios nos invita a alegrarnos. En efecto, María no lanzó gritos de alegría a lo largo de su vida, pero la alegría la habitó siempre por la fe en la salvación acaecida. La fe en la Palabra realiza en ella la Encarnación de Dios, del Dios fiel, del Dios que es y permanece: el “Dios-con-nosotros”.
Esta alegría es el fruto del Espíritu, El Espíritu que la cubre con su sombra. Esta alegría es la misma que Jesús promete a sus Apóstoles, justo antes de su pasión, la que pide para ellos al Padre: … para que mi alegría sea la de ellos y su alegría sea perfecta (Jn 17, 13).




 La alegría es don de Dios y en María el don alcanzó su plenitud ya que lo acogió plenamente y lo puso en práctica a lo largo de toda su vida.
Esta es la Buena Noticia anunciada por Cristo y que somos enviados a testimoniar: ¡Felices!
Sin embargo, la cultura en la que estamos inmersos no está muy marcada por la alegría. Los tiempos que vivimos no la favorecen; la manera como se presentan las catástrofes naturales, las guerras, las hambrunas, generan ante todo un sentimiento de horror que da paso a una compasión a menudo estéril. Más cercanos a nuestra realidad cotidiana, la falta de trabajo, la miseria, las familias que se rompen… abren más bien la puerta al desánimo…

Es urgente, vital para nuestro mundo que seamos, contra viento y marea, testigos auténticos de la Alegría del Evangelio. Que toda nuestra conducta dé testimonio de nuestra fe en esta revelación de Jesús: Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga la vida eterna (Jn 3,16). Este es el sentido de la vida de todo ser humano: ser amado de Dios para la vida.
Es la actitud de María: esta alegría que recibió, alegría que no la abandonó a pesar de las dificultades, no la guarda para sí misma, nos la transmite para que, también nosotros, la difundamos a nuestro alrededor. Es la misma exhortación de Pablo a los Filipenses: Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca (Fil. 4, 4-5).

Actualmente el Papa Francisco⁷ no cesa de invitarnos a esta alegría. No tener cara de cuaresma sin Pascua… Que nuestra alegría sea como un rayo de luz que nace de la seguridad personal de ser infinitamente amados… Permitir a la alegría de la fe que comience a despertar como una confianza secreta pero firme[1]
¡Que Nuestra Señora nos enseñe a acoger, a vivir, a irradiar y a transmitir la verdadera Alegría!

Marie - Claude Roques, odn, María, Profeta y educadora de valores para nuestro tiempo



¡Feliz Navidad!




[1] Papa Francisco: La alegría del Evangelio, Exhortación apostólica, nº 4, 5, 6.